28 agosto, 2010

AHORA.

Como no tengo ganas de concentrarme en nada hago cosas sin sentido (como todo lo que últimamente caracteriza a mi vida), paseo, escucho música, me tumbo y miro fijamente un punto en el suelo, doy vueltas, canto, bailo, me canso, me rodeo de cojines intentando desaparecer entre ellos, me empapo con agua, me seco, preparo comida, me la como, siento angustia, me desespero, pienso, intento concentrarme, sigo sin conseguirlo, ordeno y desordeno todo una vez tras otra, pienso en cambiar las cosas de lugar, ¿esto queda mejor aquí o allí?, qué más da, nadie se va a fijar, te llamo, pero antes de que suene cuelgo (maldito caparazón) no me atrevo…


Ahora miro las cortinas de mi cuarto, no me había fijado nunca tanto en ellas, es curioso que en un día como el de hoy me esté fijando en estos estúpidos detalles. Pero es que no tengo nada mejor que hacer, o al menos no quiero hacer nada mejor.


Mis párpados pesan toneladas, estoy agotada, me siento como esa niña pequeña y pecosa que solía pasar el día en la playa, bañándose, corriendo, saltando las olas, construyendo castillos de arena en la orilla sin pensar que más tarde la marea los destruiría sin dejar rastro de ellos, esa niña que inventaba cuentos de príncipes y princesas que se conocían en un mundo de fantasía y se casaban y eran felices, en ellos no aparecía ninguna bruja, ni impedimento, ni problema, ni distancia, que interrumpiera su preciosa historia de amor, que dulce inocencia, que falta de preocupaciones y que feliz me sentía en esos días.


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