21 septiembre, 2010

Hoy llueve.

¿Cómo no va a llover si he estrenado zapatos nuevos? Siempre me ocurre lo mismo.
Cuando he salido del bus continuaba lloviendo, no he sacado el paraguas, me apetecía mucho sentir el agua sobre mí.
Mi vista se enturbiaba a causa del agua que caía sobre mis gafas, veía el mundo a gotas… no importaba mi pelo liso, no importaba mi móvil mojándose, no importaba mi bolso, ni mi carpeta, ni siquiera estos nuevos zapatos que tanto me gustan, solo quería sentirme libre por unos instantes, no pensar en nada…
Me he empapado y he sonreído… Es muy gratificante disfrutar de aquellas pequeñas cosas que siempre están ahí y nunca valoramos. Ahora vuelvo a dibujar la sonrisa que esbozaste en mi rostro hace justo un mes.
Vuelve.

19 septiembre, 2010


Llevaba horas sin salir al exterior, y sin respirar aire fresco… ahora que lo he hecho he comprobado que el cielo está como yo, nublado y pegajoso, asquerosamente grisáceo, esta sensación me mata y me quita fuerza.
Hoy no tengo ningún interés en brillar.
Me gustaría andar descalza todo el tiempo, sin mirar al suelo, arriesgarme a clavarme todo lo que se ponga en mi camino y gritar si es necesario, y llorar, y que me duela, porque asi comprobaré que estoy viva, y,  que todo duele en esta mierda de mundo.

10 septiembre, 2010

¿Será este el peor día de mi vida?


Todo sale mal hoy, ni siquiera te molestes en intentar lo contrario, hoy todo saldrá doblado.
Me molesta hasta el más mínimo ruido, mi cabeza está aturdida y mis pies demasiado fríos para los tiempos que corren. Algo no va bien. Además me ha picado algo en la mano izquierda. Pica mucho. Hoy te quiero decir adiós. Una buena ducha de agua caliente, una cena y una cama es todo lo que quiero.

08 septiembre, 2010

FUEGOS ARTIFICIALES.

Mi mente se escapaba a buscarte a pesar de todo lo que sonaba y retumbaba en mis oídos, mi mirada pendiente de todos los destellos y movimientos que se estaban presenciando bajo el cielo oscuro y mis pensamientos sin dejar de pensarte. Empecé a imaginar que cada uno de los cohetes éramos nosotros, cuando comenzaban a subir iban muy rápido pero de forma discreta y sutil, la velocidad a penas me permitía verlos con detenimiento, pero lo que sí que observaba era la explosión final de cada uno de ellos, cuando llegaban al punto en que explotaban y creaban dibujos y mil luces en el cielo, como aquellas que veía cuando hablaba contigo o cuando te sentía cerca de mí. Al principio avanzamos juntos de forma rápida, luego estallamos y todo eran sonrisas y bienestar en aquellos días, pero de lo que no éramos conscientes era de que cuando se produjera esa “explosión” no quedaría nada, que después de llegar a ese punto máximo en nuestra escala íbamos a desaparecer, que ese sentimiento que nos unía iba a marcharse de nuestro lado, sin dejar rastro de lo que un día fue, lo único que quedará serán cenizas, cenizas que se marcharán con el viento del invierno, dirán adiós y será como si nunca hubiera existido.
Me apetece besarte, besarte sin control. Morderte los labios, absorberte.
Quiero que me abraces, que me abraces tan fuerte… que mis huesos se quiebren como el gélido hielo al derretirse. Que no exista el control, que no pensemos en nada, que nuestros cuerpos oscilen como péndulos deseosos de encontrarse.
Cuando esto acabe, no hables, sólo acompáñame y corramos desnudos bajo la tenaz lluvia, coge mi mano y apriétala con todas tus fuerzas, llora conmigo para que nuestras lágrimas se pierdan bajo la humedad del día, entonces vuelve a mirarme a los ojos.
Ellos suelen hablar por nosotros.