04 octubre, 2010

COMO DOS LEONES.

Después de un día un tanto especial y duro, te encontraba en un pasillo con cara de cansado, me miraste y te miré, entonces ya no importaba nada de lo que nos rodeaba. Me cogiste con toda tu energía y me empezaste a morder la oreja y a besarme todo el cuerpo, comenzaste a quitarme la ropa y a lanzarla sin importar a donde podía caer, dándonos golpes de pasión por la casa conseguimos por fin meternos en el baño, cerramos la puerta, entonces ya nada nos podía frenar, recuerdo que ni siquiera me diste tiempo a cerrar con pestillo la puerta, eras un león… Desapareció la ropa de nuestros cuerpos en cuestión de segundos y tu empezaste a buscarme, todo sin nada y nada por todo. Disfrutábamos. Abrimos el grifo de la bañera sin que nuestros cuerpos se separaran ni un solo centímetro, el agua empezó a salir con fuerza, nos metimos dentro, mi pelo se mojó, nuestros labios se humedecieron más, y nuestros cuerpos se estremecieron, volviste a arrastrarme hacia ti, hacia tu tenso cuerpo, te movías muy rápido, notaba que mi respiración estaba muy acelerada, me besaste el cuello y susurraste, yo giré rápido la cabeza y todo nuestro alrededor quedó salpicado con el agua que mi pelo soltaba. Esta vez de pie solo nos preocupamos de que el agua callera directamente sobre nosotros y que nuestra sonrisa no desapareciera jamás, nuestras manos se encargaban de apretar nuestros cuerpos para que jamás dejaran de ser uno, cuando todo terminó, tu espalda estaba arañada, mis piernas estaban algo flojas, y mientras no dejábamos de reírnos comenzamos a secarnos y a ponernos algo de ropa, la lucha había terminado. Fuimos como dos leones.

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